Ayuda a reducir dichos efectos negativos, con prácticas como desplazarse a pie y en bicicleta (movilidad activa) así como en transporte público masivo como trenes, autobuses o tranvías; compartir un coche entre varias personas, y el desarrollo de tecnologías que amplíen las opciones de movilidad sostenible por parte de empresas o decisiones de gobierno u otros agentes sociales para sensibilizar a la población y promover dichas prácticas.

Es necesaria porque ayuda a combatir los efectos ocasionados por la generalización, durante la segunda mitad del siglo XX, de un modelo de transporte urbano basado en el vehículo particular, frecuentemente el coche o turismo. Los inconvenientes de aquel modelo, entre los que destacan la contaminación del aire, el consumo excesivo de energía, los efectos sobre la salud de la población o la saturación de las vías de circulación, han provocado una voluntad colectiva por encontrar alternativas que ayuden a paliar los efectos negativos de este modelo y a idear un nuevo modelo de ciudad sostenible.